Stribor Kuric, investigador del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación FAD Juventud, alerta de que el odio digital afecta a la salud mental y a la forma en que nos relacionamos.
Stribor Kuric, investigador del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación FAD Juventud, advierte de que los discursos de odio en redes sociales se han convertido en una amenaza creciente para la salud mental, la cohesión social y la participación digital de la juventud. En el marco de la campaña «El odio marca», impulsada por el Parlamento Europeo en España y la Fundación FAD Juventud, el experto destaca que uno de cada dos jóvenes declara haber sufrido odio en el último año, y uno de cada cinco lo experimenta de forma habitual.
Erosión del bienestar y la participación
Kuric subraya que el entorno digital ya no se percibe como un espacio ajeno a la vida real: «Lo que pasa en la red no se queda en la red». La exposición constante a mensajes ofensivos tiene efectos reales sobre la autoestima, la libertad de expresión y los vínculos sociales. «Muchos jóvenes dejan de publicar contenidos por miedo al acoso, y eso repercute también en cómo se relacionan fuera del entorno digital», explica.
El investigador remarca que el anonimato, la viralidad y la polarización propias de las redes sociales fomentan un clima en el que se trivializa el odio. Según los datos más recientes del Centro Reina Sofía, un 16,5% de jóvenes evita con frecuencia compartir contenido por temor a ser insultado, y más de la mitad reconoce haberlo hecho alguna vez.
De la tolerancia pasiva a la autocensura
Uno de los principales riesgos que Kuric identifica es la normalización de esta violencia simbólica: «Si se asume que estar en redes implica aguantar odio, estamos resignándonos a un problema estructural». Este fenómeno lleva a la autocensura, a la invisibilización de ciertos colectivos y a la renuncia a participar en el debate público digital. «Hay que combatir la idea de que el odio es inevitable y generar herramientas pedagógicas y legales para enfrentarlo», afirma.
Pese a la gravedad del problema, solo un 10% de quienes sufren discursos de odio llega a denunciarlo. Kuric atribuye esta baja cifra a la confusión entre libertad de expresión, delito y discurso de odio, agravada por el uso de códigos propios de internet como el humor o los memes. «Es fundamental educar para distinguir estos conceptos y reforzar las competencias digitales», sostiene.
Educación, alfabetización digital y acompañamiento
a campaña «El odio marca» se articula a través de programas educativos en centros escolares y de talleres co-creativos con jóvenes, que elaboran cortos, guiones o piezas teatrales desde su propia perspectiva. «Cuando se les da voz, reflexionan con profundidad y ofrecen soluciones valiosas que deben ser escuchadas por las administraciones», asegura Kuric.
Además, reclama un papel activo por parte de las familias, favoreciendo el diálogo abierto sobre el uso de redes, el riesgo de discursos nocivos y los recursos para enfrentarlos. «El acompañamiento es clave, tanto para prevenir como para detectar situaciones de violencia digital», concluye. La iniciativa se alinea también con la nueva legislación europea para regular el discurso de odio en plataformas online, cuyas aplicaciones prácticas aún están por concretarse.