Ni respeto ni vergüenza: simple reconocimiento

En el programa de la semana anterior, Marian Álvarez propuso hablar de dos términos que se usan frecuentemente en el análisis de la vida social y política: el respeto y la vergüenza. Tras “hincar los codos” durante los últimos siete días, Moreno ha llegado a la conclusión de que ninguno de los dos sentimientos nos hace ser mejores personas.

El respeto, dice el periodista, conlleva una cierta “sumisión”, que es la que surge de la veneración que se tiene por el objeto de respeto. Así lo define la Real Academia Española y es compatible con la acepción de “respeto” que se usa como sinónimo de miedo. El respeto, señala Moreno, es lo que podría sentir el creyente al entrar en una Iglesia, pero no se puede tener “respeto” en la vida política en cuanto puede suponer una quiebra del principio de que la democracia se basa en la igual consideración que nos merecen todas las personas sin excepción.

Por otra parte, con la “vergüenza” sucede “algo mucho peor”, pues “se trata de un sentimiento que, como la envidia, es profundamente antidemocrática”. Con la vergüenza tratamos de “meter en vereda al disidente, señalando que su conducta es ridícula respecto de lo que socialmente se tolera”. Sin embargo, señala Moreno, la democracia se basa en el principio de que “lo que no está expresamente prohibido, está permitido”. 

En vez de hablar de “respeto” o de “vergüenza”, Moreno considera algo mejor hablar de “simple reconocimiento”, es decir “la consideración de la persona en su dignidad inalienable, lo cual la iguala a todas las demás, y, al mismo tiempo, en su insustituible individualidad, lo cual la distingue de todas las demás y nos vacuna contra la vergüenza”.