Las vidrieras de San Juan Bautista soportan hasta mil impactos acústicos por hora durante los conciertos en Arucas

San Juan Bautista de Arucas | Mataparda - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3351077

San Juan Bautista de Arucas | Mataparda - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3351077

El ingeniero Octavio Vega advierte de que, si no se actúa, la fatiga acumulada puede acortar drásticamente la vida útil de unas piezas únicas cuya pérdida sería irreparable.

Las históricas vidrieras de la iglesia de San Juan Bautista de Arucas, encargadas a talleres franceses a comienzos del siglo XX, están sometidas a niveles de ruido y vibración que comprometen su integridad estructural durante los eventos musicales que se celebran en su entorno, según el estudio técnico dirigido por el ingeniero Octavio Vega. El trabajo, encargado por la parroquia, concluye que las cristaleras llegan a soportar más de mil impactos acústicos por hora y picos de hasta 117 decibelios, muy por encima de los niveles considerados seguros para este tipo de patrimonio. 

Vibraciones, resonancia y materiales muy delicados

Vega explica que el sonido no es solo un fenómeno que perciben los oídos: también ejerce fuerza física sobre cualquier superficie que encuentra a su paso. En el caso de la iglesia de San Juan Bautista, la música a alto volumen de eventos como el Fiestorrón y las fiestas de San Juan se traduce en presiones continuas sobre las vidrieras, que “vibran” de forma apreciable desde el interior del templo. El estudio detecta, además, un fenómeno especialmente peligroso: la resonancia. En una de las vidrieras orientadas a la plaza de San Juan, la frecuencia de la música coincide con la frecuencia natural de la estructura, amplificando los esfuerzos y acercando el comportamiento al ejemplo clásico de la copa que se rompe con un sonido agudo. 

Un modelo 3D para medir el esfuerzo sobre cada pieza

Para cuantificar el riesgo, el equipo midió las vibraciones con acelerómetros durante los eventos y registró los niveles sonoros en distintos puntos, descartando los impactos por debajo de 100 decibelios. Con esos datos y un escaneo láser en 3D de las vidrieras, elaboraron un modelo informático que permite estimar los esfuerzos que la presión acústica genera sobre el vidrio, el plomo y los puntos de anclaje. Las conclusiones apuntan a tensiones elevadas en algunos elementos, especialmente en el plomo, un material flexible pero que, a diferencia del acero, no recupera su forma tras la deformación: si se deforma repetidamente, puede perder capacidad de sujeción y acabar dejando sin apoyo a los cristales.

Niveles recomendados y riesgo añadido por fuegos artificiales

A partir de la experiencia acumulada, Vega sitúa en torno a los 80 decibelios el umbral razonable para considerar un escenario de seguridad aceptable, muy por debajo de los picos de 117 decibelios medidos durante los conciertos. Subraya que no solo importa el volumen, sino también las frecuencias: los graves, que se propagan en todas direcciones, son los que más daño hacen, y ciertas bandas de frecuencia coinciden con las resonancias propias de las vidrieras. El informe también advierte del posible impacto de los fuegos artificiales lanzados en las proximidades del templo, cuyo estampido genera ondas de choque muy intensas que podrían agravar las deformaciones, aunque aún no se han realizado mediciones específicas en esos casos. 

Proteger el patrimonio sin renunciar a la actividad cultural

El estudio, impulsado por el párroco Venerando de Armas, no plantea la suspensión de los eventos, sino la adopción de medidas de protección compatibles con la actividad cultural. Entre las recomendaciones figuran el establecimiento de límites estrictos de emisión sonora, tanto en decibelios como en bandas de frecuencia, la instalación de filtros que reduzcan los rangos más dañinos y, siempre que sea posible, el alejamiento físico de los escenarios respecto a las fachadas con vidrieras históricas. Octavio Vega asegura que hay tecnología suficiente para compatibilizar ocio y conservación del patrimonio, pero advierte de que, si no se actúa, la fatiga acumulada puede acortar drásticamente la vida útil de unas piezas únicas cuya pérdida sería irreparable.