«La educación como prioridad»

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No debemos sorprendernos cuando los estudios PISA u otros informes de la OCDE sobre los sistemas educativos nos colocan a la cola del rendimiento escolar, porque esas conclusiones vienen a reflejar la realidad, que no es otra que la Educación está a la cola de las prioridades de este país.

No es casual, no busquemos mil excusas cuando los informes nos escupen la verdad a la cara. En España se puede prescindir de la Educación, pero no de abrir las terrazas, y hasta que no entendamos que la prioridad es otra, no dejaremos de ser el país que sirve las copas a Europa.

Italia y España serán los últimos países centroeuropeos en volver a las aulas. De hecho, no está previsto volver en este curso escolar, sino que todo indica que será para el próximo curso, e incluso, con mayor retraso sobre las fechas convencionales.

En Reino Unido, Alemania y Francia, abren antes las aulas que los bares. Ahí está la diferencia, que no es coyuntural o puntual, es una convicción de base sobre cuál es la verdadera fortaleza de un país, que gestiona pensando en el futuro, que no cae en los errores del pan para hoy y hambre para mañana, no hay improvisación porque tiene muy claras cuáles son sus prioridades.

Nuestro erróneo planteamiento, que es histórico, no es sólo de los gobiernos actuales, es no entender que lo social y lo económico son consecuencias de lo educativo. Si queremos un país económica y socialmente fuerte, la prioridad es la Educación.

Y en este país, y en esta comunidad, cuando alguien pone esa prioridad sobre la mesa, se le acusa de populista, como ocurrió ayer en este programa cuando se dijo que donde los niños tendrían que estar es en la escuela.

Pues hoy insistimos, desde el convencimiento, que donde deberían estar los niños, cuando antes mejor, es en sus colegios, que son la base para la lucha contra la inequidad y la injusticia social.

Pero la defensa no es la de una vuelta a las aulas si garantías ni medidas. No se trata de volver donde lo dejamos. Se trata de centrar todos los esfuerzos en que la vuelta, especialmente para aquellos que tienen más dificultades, sea cuando antes y con todas condiciones que aseguren la prevención de la salud de los propios niños, de los docentes, del personal administrativo y de las familias. Eso ya es una realidad en Alemania y Reino. Se trata de que la vuelta a la aulas sea aborde como una prioridad, no como algo que puede esperar.

Yo particularmente hubiese preferido que mi hijo estuviera de vacaciones un mes, a cambio de que la Consejería hubiese puesto a los 25.000 profesores de nuestra comunidad educativa a trabajar en la vuelta a las aulas. Hay mucho potencial desperdiciado entre los docentes, y creo que esa pérdida de capital humano es culpa, en parte, de las centrales sindicales que tampoco observan la dimensión del momento al que nos enfrentamos, y que en medio de una pandemia, con la aulas cerradas y una dedicación a la que no se le puede llamar teletrabajo, están más pendientes de reclamar sus días de libre disposición que de arrimar el hombro. Claro que no son la mayoría, y menos mal, entonces sí que estaríamos realmente perdidos. No sería justo que olvidáramos aquí el esfuerzo que muchos y muchas docentes están haciendo por seguir cumpliendo con sus tareas pese al confinamiento. Y también hay que de decir, que sin ningún apoyo de la administración educativa.

En sentido estricto no podemos decir que se esté vulnerando el derecho constitucional a la Educación, aunque ciertamente se está limitando, pero eso sí está permitido en un Estado de Alarma. Se mantiene una cierta actividad de tareas en casa, pero sin avanzar materia, se flexibilizan las evaluaciones y el planteamiento general es que, salvo contadas excepciones, los alumnos promocionen y cambien de curso. La brecha digital y educativa, entre las familias, entre los docentes, y en la propia administración, nos hace ver que sólo podemos poner una tirita para parar una hemorragia.

Y esta defensa de la vuelta a las aulas no tiene su sentido en la conciliación, sino en la defensa del derecho del alumnado a continuar con su formación. Coincidimos con los sindicatos que sostienen que la conciliación no es un problema educativo. Y tanto es así que la Administración educativa, y menos en Canarias, se ha ocupado nunca de garantizar esa conciliación. Bueno, ni la educativa, ni ninguna otra. Un problema además que no se limita al horario escolar, que en la mayor parte de los casos son cinco horas lectivas. Son las propias familias las que tienen que apañárselas, la mayor parte de las veces condenando el ansiado descanso de la jubilación que merecen los abuelos y las abuelas. Son las propias familias, organizadas a través de las ampas, las que están costeando de sus exiguos bolsillos, los servicios de acogida temprana, salida tardía, comedores escolares, actividades extraescolares y deportivas, clases de refuerzo y apoyo, desnaturalizando además la verdadera esencia de las Ampas, que es representar a las familias y ser parte activa de la comunidad educativa en los consejos escolares, no en los patios de recreo.

Claro que los maestros no están para cuidar niños. Pero tampoco los padres y las madres están para ser profesores en casa, y es lo que llevan siendo estos dos meses. No queremos que los niños vuelvan a las aulas para que los cuiden, sino para que les enseñen. Pero de la misma manera opinamos que si los padres pueden intentar ser profesores, no pasa nada porque los profesores intenten ser padres. Se trata de entre todos hacer frente a una emergencia de la mejor manera posible, pensando en el bien común.

Y deriva de ello también que después nos llevamos las manos a la cabeza porque la pirámide poblacional se invierte, porque no nacen niños y tenemos que cambiar los paritorios por geriátricos. Y le decimos a la mujer que eso de la Igualdad está muy bien, que es una legítima reivindicación, pero que ya va siendo hora de volver a la cocina y traer hijos al mundo. Porque aún hay una parte de la sociedad que culpa a la mujer de la escasa natalidad, de ser una egoísta que no cumple con su función en la sociedad por el bien común. Si la natalidad es un bien común, si a los niños y niñas confiamos el futuro de las pensiones, de la sociedad del bienestar y del país en general, quizás va siendo hora de que se conviertan en esa prioridad de la que todos somos responsables.

La educación también es un sector económico, que está siendo completamente olvidado: servicios externos de limpieza, transporte escolar, empresas de catering, actividades extraescolares, en su mayoría pymes de la que dependen muchos puestos de trabajo, que tampoco pueden esperar a octubre para recuperar sus vidas.

No estaría de más que alguien planteara ver la pandemia como una oportunidad de cambiar el sistema. Aunque hubiese que esperar a octubre, habría valido la pena.