«Womad del esperpento y del despilfarro»

Francisco J. Chavanel

En dos días comenzará en Las Palmas de Gran Canaria otra edición del festival Womad, tras seis años de ausencia. Han sido seis años donde nadie ha notado melancolía ni nostalgia alguna salvo aquellos que lo representan, sus medianeros, los que cobran una potente comisión de él.

El presupuesto ya lo conocen: 320.000 euros, una bonita cantidad. Sus representantes echan de menos el presupuesto original, 600.000 euros, unos 100 millones de las antiguas pesetas. Échenle la culpa al gobierno de Clavijo que no ha estado a la altura, que no ha sido lo suficiente “grancanario” con el festival inglés, que no ha regalado dinero público del gobierno a un trust privado, al cual tildarlo de “vividor” es llenarlo de elogios.

Estamos ante una transferencia de dinero público a una empresa privada. No hay nada que justifique tal acción pues la calidad del festival hace tiempo que murió. Ni su creador, Peter Gabriel, quiere saber de su vástago. Ni colabora en él, ni toca en él, ni hace giras aupándose en él, ni financieramente tiene que ver con él. El conocido músico inglés parece haberse cansado de su obra desde hace décadas, posiblemente desengañado por lo que han hecho los que hablaban en nombre suyo.

Una de las cosas que el mundo debe saber son las cuentas de los festivales Womad. En la década de los noventa se efectuaban en el mundo no menos de 20 conciertos al año… Era una pasta muy significativa. En esa época Gabriel se presentó en Cáceres y realizó un concierto en directo y prometió, según sus representantes, hacerlo en Canarias, cosa que jamás se realizó pese a figurar en el cartel del 93. Esa es la diferencia por la que Cáceres apuesta año tras año por el festival -aparte de que su infraestructura y los lugares donde se realizan las actuaciones son inmensamente mejores que los que ofrece LPGC-, y por la que no apuesta ningún otro lugar de España. Womad ha sido expulsado de todas las poblaciones españolas donde ha estado; ha sido expulsado prácticamente del mundo al completo, a excepción de algunos pocos lugares que merecen la calificación de “excéntricos”. El motivo siempre es el mismo. Es el ejemplo de Fuerteventura. Hay una enorme distancia entre lo que predica y lo que se ve en los escenarios. El cartel es flojo, carente de interés, apenas hay artistas de relieve. En los 90 este asunto importaba, la organización se preocupaba por traer a algún artista de relieve, alguien con suficiente background en el mundo de la música, alguna autoridad que diese lustre a una cita que se vendía como histórica.

Pero esta situación acabó al cabo de cuatro o cinco ediciones. Desde entonces la coordinadora de Womad en Canarias y España, Dania Dévora, ha comunicado al planeta que Womad se vende solo, que no es necesario ningún cabeza de cartel, que es una entidad cultural de tal calibre que da igual quien venga porque la organización asegura ante todo calidad.

Mentira cochina.

Culturalmente Womad es algo viejo, caduco y superado. A finales de los 80 y de los 90 estaba muy bien apostar por el mestizaje, pero eso, tres décadas después, es una normalidad absoluta. Hacer música pura, sea rock&roll, blues, psicodelia, heavy-metal, pop, reggae, o cumbia, ya nadie lo hace. El mestizaje ha devenido en un triunfo. Toda la música que interesa del siglo XXI es impura, hija de la fusión de estilos, de alguna forma esta es la victoria de Gabriel que apostó en sus grandes discos en solitario por esta fórmula. El country puede acabar en música psicodélica como demuestra Wilco; un reggae puede transformarse en rock sinfónico como suele hacer Woods. Ya no hay barreras. Todo está roto afortunadamente. Se terminaron las reglas y las ortodoxias. Cualquiera de las grandes bandas del mundo podría estar en el Womad, cualquiera de las bandas de segunda categoría que conocemos podría estar aquí, incluso las de tercera y las de cuarta categoría.

Pero no. Aquí lo que tenemos es el fondo de catálogo. Algo que no se lleve más del 20% del presupuesto.

La gente se olvida de que Womad es una franquicia inglesa que, pase lo que pase, se llevará la parte del león y nunca mejor dicho. El dinero se lo reparten entre Inglaterra -sin que Peter Gabriel vea un solo euro- y sus representantes en Canarias. A los artistas los engañan con la milonga de que forman parte de un cartel Womad, como si eso fuese el Oscar a toda una vida de desengaños sobre el escenario. Les pagan una cantidad ínfima y los hacen felices entre halagos y hoteles de buena imagen. Para artistas acostumbrados a ganarse la vida en bolos secundarios, donde el diablo perdió los cuernos, esto es casi el paraíso… Es duro pero es lo que hay.

Durante tres días el público de LPGC botará. Oirá algo parecido a música y se emborrachará de gloria para la eternidad. La mayoría de ese público no tendrá criterio alguno salvo para la cerveza y los petas que se meta. Probablemente ni siquiera será votante de algunos de los partidos que componen el tripartito. Será un macrobotellón con música de fondo. Nadie recordará una canción y es posible, incluso, que, no obstante, sí recuerden alguna actuación en concreto. No todo es malo en el mundo de la sordidez.

El robo se ajustará a derecho. Un cabildo y un ayuntamiento -es decir, voluntad política- pondrán 300.000 euros para que amigos suyos dejen de darles el coñazo. Para no escucharlos y para cumplir con las sagradas escrituras del pesebrismo. Womad siempre hace lo mismo. Si Olarte es el consejero de Turismo y le encanta el populismo, Olarte, en nombre de todos, paga lo que no conoce ni conocerá. Si hay una polémica con el petróleo entonces el paganini es Paulino Rivero y Mario Cabrera que para eso están agradecidos al apoyo que se les presta a su causa. Si los que mandan en Gran Canaria pertenecen a una izquierda ignorante y estúpida en lo musical -caso de PSOE, Nueva Canarias y Podemos- entonces se les saca todo lo que pueden, pues para eso son colegas de tantas batallas… Womad es un festival político, no nos engañemos. Se hace porque así lo quiere una clase dirigente que no tiene ganas de enfrentarse a quienes los llenan de halagos sobre proezas inexistentes.

Hay mil maneras de gastarse 300.000 euros de una forma proporcionada y que sea lustrosa para el ciudadano. Por ese dinero unos cuantos promotores traerían música de verdad, y de este tiempo, a una ciudad antigua como LPGC, de gustos viejunos y arterioescleróticos. No sé qué diferencia hay entre los conciertos que proponen los 40, con sus fórmulas de cantantes de Operación Triunfo y esto… Son festivales gratis, la gente acude al compás del ruido, se lubrican de alcohol en una liturgia que dura siglos, y casi nadie se acuerda de lo que ha visto al día siguiente. La gente cree que son gratis y no. Ha habido una estafa. Tanto el Cabildo como el Ayuntamiento han efectuado una donación de dinero público a un festival que es un cuento chino, cuya relevancia cultural es absolutamente demodé.

Bienvenidos al Womad, el concierto del despilfarro. Si no tengo razón pueden quitármela fácilmente. Hagan públicas las cuentas. Expliquen con transparencia cómo se ha repartido el dinero. Cuánto se han llevado los artistas, la producción y los comisionistas. En 25 años no han explicado nada, con la complicidad, por supuesto, de los actores públicos. Adelanto que si se les ocurre -ese día creeré en algún dios no terrenal- ganarán, y con diferencia, los comisionistas. De eso se trata.