«Encuentro fugaz con Román»

Francisco J. Chavanel

Ayer me encontré con Román Rodríguez. La última vez que nos vimos fue hace un año y medio o así. Por entonces Enrique Bethencourt trabajaba por aquí y entre todos intentábamos arreglar el desajuste “Antonio Morales”. Debo decir que con muy escaso esfuerzo… Si hay algo que distingue a Nueva Canarias son sus politiqueos: sus promesas, sus buenas palabras, su estoy contigo, te comprendo, pero luego no hago nada.

Me lo encontré ayer en la Presidencia del Gobierno. Él venía de una comisión de la junta de portavoces en la sede presidencial y yo iba a una entrevista con un alto cargo. Supongo que mi visita sería sospechosa y que, automáticamente, alguien daría el parte consiguiente a las alturas del partido y a El Sebadal… Así están las cosas ahora, para qué nos vamos a engañar. Esto parece una guerra a muerte entre bandos irreconciliables como si no hubiera fin ni mañana, ni prisioneros, ni testigos de guerra. Cuando odiamos odiamos a muerte y cuando nos queremos nos amamos con frenesí y sin condón. Al finalizar -porque todo inevitablemente finaliza- todos haremos lo mismo: borraremos de la cabeza lo que nos dijimos y lo que sentimos y todo empezará de nuevo como si nos hubiéramos reseteado el cerebro.

A mí, sinceramente, todo esto me da igual. O, al menos, intento que no me impresione demasiado. Si no me da igual procuro que las constantes vitales sigan con normalidad. Hubo un tiempo donde todo esto me desajustó y busqué una forma razonable de arreglarlo. Todos mis esfuerzos resultaron inútiles. Una pared inmensa se levantó entre mis intenciones y las intenciones de otros. Me dejaron claro que estábamos bandos diferentes y que su bando iba, inevitablemente, a ganar.

Esta arrogancia en Nueva Canarias me la conozco de toda la vida. La tenía Ican y la tienen ellos. O eres de su credo o eres su enemigo. Y si ellos te consideran su enemigo estás muerto. Irán a por ti, te despellajarán, y te dejarán en la cuneta para que te coman los perros. No es necesario que seas enemigo de ellos, basta con que te coloquen “ellos” el estigma de enemigo sin que tú hayas hecho otra cosa que discrepar de sus opiniones. Si discrepas, ya lo sabes, eres el enemigo y más te vale que te prepares.

El encuentro fue cordial durante medio minuto. Román y yo nos miramos como viejos conocidos que un día nos respetamos. Cuando sobre nuestras memorias colgaron las instantáneas de lo más reciente surgieron los reproches velados. ¿Nos vamos a ver?, le dije yo recordando pasajes de meses atrás cuando se había comprometido a hablar conmigo y limar diferencias… Una estupidez mía como otra cualquiera. ¿Eres tonto o qué? ¿Cómo nos vamos a ver ahora con la tormenta que está cayendo? ¿Cuándo en vez de callarme no hago otra cosa que denunciar somo si fuera un jinete del apocalipsis las locuras, para mi gusto antidemocráticas, del grupo “Felices los cuatro?’’. El encuentro había durado demasiado. Fue civilizado, por supuesto, había demasiados testigos alrededor. Todo tenía que haber quedado en un saludo correcto y en un adiós, pero yo metí la pata, dije aquello de ¿nos vamos a ver?, como si le diera una última oportunidad al destino, como si yo pensase que en una charla lograríamos que todo volviera a su cauce. Y era evidente que unos cuantos puentes se habían roto, que Román, campeón en otros momentos de soportar la crítica, ya no aguantaba muchas más, que yo le había hecho daño con mis comentarios matinales.

De modo que se fue yendo y, de repente, se volvió, y al volverse me espetó: “¿Cómo nos vamos a ver si me pones a parir todos los días?’’. Fue gracioso. El comentario lo escuchó Australia Navarro, líder del PP en Gran Canaria, que rápidamente me soltó: “Oye, como tú no te metes conmigo, podemos hablar, ¿no?”. Hizo descansar el ambiente espeso que se creó. Para Australia la ecuación se resolvía fácilmente: si hablas bien de mí somos aliados, si hablas mal somos enemigos… No sé si con sus palabras quiso decir eso, pero es obvio que el mundo funciona así desde hace mucho tiempo. Creo que tengo que hablar más a menudo con Australia.

Las palabras de Román me sonaron a herida, a algo que va más allá de la política. Era como si en algún instante creyese que militábamos en la misma iglesia, como mínimo como si fuésemos aliados. A mí me parece que la clase dirigente confunde toscamente las cosas. Si un periodista se sienta con ellos es que simpatiza con su ideología. Si los llama para reclamarles información es porque es un amigo. Si los apoya en determinada causa -por ejemplo, cuando Nueva Canarias fue desalojada de CC por Paulino Rivero- es que entonces estás con ellos a muerte. Si Enrique Bethencourt forma parte de la tertulia es que somos uña y carne… ¿Tan complicado es separar las cosas y darle a cada una de ellas el matiz que les corresponde? Ni Román Rodríguez, ni Marino Alduán, ni los cargos orgánicos de Nueva Canarias, pueden decir que yo no quisiese hablar con ellos en medio de la refriega. Que quisiese razonar con ellos dónde estábamos los unos y los otros.

La única respuesta que recibí fue la persecución a una persona muy unida a mí por cuestiones profesionales. Nadie se reunió conmigo ni, mucho menos, hablaron conmigo. Fueron diciendo por los corrales: “está solo, pronto morirá”. Lo dijeron en el partido, lo dijeron en la calle, lo dijo García González desde Canarias7. Me ningunearon. Pensaron que me someterían, que me callarían, o que nadie me haría caso.

Ahora lo entiendo. Cuando le dije ayer a Román Rodríguez: ¿cuándo nos vemos?, él se lo tomó como un acto de chulería por mi parte. ¿Me estás dando todos los días y quieres verte conmigo?, ¿quién te crees que soy? ¿Una ovejita? Todo tiene que ver con la dominación. Vaya, pido disculpas entonces. Pero insisto: quiero verme con alguien representativo de Nueva Canarias. Aún estamos a tiempo de hablar de lo esencial. De la defensa de lo público sobre lo privado, de que no es recibo defender a una empresa para lograr de forma indecente un concurso de 144 millones de euros, sobre que no se puede pasar una legislatura conspirando contra el poder democráticamente constituido, y sobre lo que les espera después de mayo de 2019: una enorme superficie de tierra calcinada y un adiós memorable al Cabildo de Gran Canaria y al Ayuntamiento de la capital grancanaria. Y la pérdida de 40.000 votos.

Le voy hacer caso a Australia Navarro. La voy a llamar.