Claudio

Francisco J. Chavanel

La Nación presenta todos los síntomas de una batalla cruenta. El virus reafirma nuestra voluntad en el desatino. Cada uno por su lado, cada uno rey de su individualidad, cada uno rey de un castillo semivacío.

Lo curioso de lo que vivimos es que el Gobierno de la Nación no depende de protagonistas empeñados en defenderla. La mayoría de ellos son antisistema, anti España, anti Nación. Para que el PSOE, partido constitucionalista, siga gobernando necesita el apoyo de antiguos asesinos vascos, presentes separatistas vascos, presentes separatistas catalanes, y una versión de infiltrados en el mismo gobierno que recuerda al propio virus dentro de un cuerpo al que se le despoja poco a poco de sus defensas.

Esto es lo que hay si queremos Nación. Si queremos un gobierno progresista al frente de la Nación, hay que pactar necesariamente con los que sabotean permanentemente a esa Nación. ¿Ese milagro es posible? Es posible si lo que creas a tu alrededor es una atmósfera de guerracivilismo, de enfrentamiento bélico, de buenos y malos, de país dividido entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre el dogma y la inquietud, entre la inquisición y el librepensamiento.

¿Es posible todo el tiempo esa asfixia? No es posible todo el tiempo porque el tiempo se divide en fracciones, y en cada fracción distinguimos un combate distinto que nos hace dudar de la perdurabilidad del pacto. Sin embargo, el tiempo pasa y cuando pasa nos percatamos de que este Gobierno ya dura casi un año, y que dura gracias justamente a que su ejército está permanentemente movilizado contra ese enemigo que ha jurado aplastarle la cabeza.

En realidad, son dos ejércitos movilizados, los dos se necesitan mutuamente para retroalimentarse.

Fijémonos en un detalle. La última pelea entre amigos. Carmen Calvo (PSOE), Irene Montero (Podemos). Se han dicho cosas muy agrias este fin de semana a cuenta de la Monarquía. Para Calvo los reyes borbones son sagrados y neutrales; para Montero son prescindibles y no entiende cómo los socialistas no están con lo que, según ellos, opina la mayoría del electorado de izquierdas: la Monarquía debe desaparecer. ¿Cuántas polémicas hemos visto así? Es raro que no hayamos contemplado una cada semana, a cada cual más extrema o más violenta. Y, ahora, después de tantas, ¿quién piensa que el gobierno se va a romper por este u otro motivo? Si hay algo que une a Iglesias con Sánchez es su apego al poder. Los dos están dispuestos a cualquier cosa con tal de seguir al frente de la Nación.

Cualquier cosa es cualquier cosa. Les vale la nada y el todo. No hay muros, vallas, ni cordilleras que puedan evitar sus esfuerzos en pos de sostenerse como caudillos.

Por lo tanto, tal como está la distribución parlamentaria, los dos también se necesitan mutuamente para satisfacer sus deseos y objetivos.

Esto, que es tan elemental, la derecha no lo entiende. El PP sigue pensando que Pedro Sánchez es heredero del felipismo, de Rubalcaba, o de Zapatero, cuando ha roto con todos ellos. Rompió cuando le ganó a Susana Díaz como le ganó y, sobre todo, tras el trauma que le costó una victoria contra lo más profundo de su partido. Los quebró y no les debe nada. Es libre para hacer lo que quiera, y por eso impone su santa voluntad. Una persona que rompe lo que él rompió, enfrentándose a las leyendas de su partido, no tiene ni un segundo para mirar hacia atrás. Sólo existe si tiene el poder; si lo pierde será atropellado y, los más probable, es que si lo pierde nunca más tendrá una oportunidad. Sánchez es el Joker del PSOE, sociópata, psicópata, en permanente huida, un killer sin remordimientos. El PSOE no lo sabe, pero está dejando de ser socialdemócrata y constitucionalista. Sánchez es algo mutante y cambiante que se adapta a todos los entornos. Sorprendentemente se ha despojado de cualquier ideología; es su falta de credo la que le da justamente el poder.

Y esto es lo que está ocurriendo. El presidente se dirige como una bala a aprobar los presupuestos de 2021, situación que tiene que resolver antes de las elecciones catalanas, previstas para febrero. Este delicado asunto no lo negocia él, sino Pablo Iglesias, que es el que entiende la existencia de una Cataluña fuera de España, como un Euskadi fuera de España. A cambio los separatistas piden el indulto a su gamberrada del 1 de octubre de 2007 aunque disimulen como si la historia no fuera con ellos. Puro teatro. El indulto les proporcionaría la coartada que precisan para presentarse a las elecciones catalanas con el argumento de que han doblegado al Estado. Ya sé: esto parece algo de locos pero me temo que es lo que hay.

A cambio Iglesias pide protección. Protección ante los numerosos casos jurídicos que se le han abierto en su contra. El caso Dina puede acabar con su carrera política. Si el Supremo decide abrirle juicio oral su tiempo ha terminado. Tendrá que dimitir o ser cesado. El caso de la financiación irregular de Unidas Podemos no es algo menor, es más lento pero no menor. La prisa que de repente les ha entrado a los dos por cambiar la votación que elige a los órganos judiciales tiene esta lectura. Proteger a Pablo. Proteger a Iglesias. Intimidar a los jueces para que hagan sentencias políticas al dictado. Y lo harán a sabiendas de que se cargan un precepto constitucional. Cuando el TC dicte sentencia Pablo ya habrá huido y se habrá salvado.

Mientras esto sucede la derecha civilizada, el PP, en Belén con los pastores. O en la calle con Vox, o diciendo estupideces. Si el fin de la política es obtener el poder lo único que están logrando es reforzar a Sánchez. Cuánto más guerracivilismo más Sánchez; cuanto más enfrentamiento más Sánchez. Son las necedades de la derecha lo que hace posible que un personaje abyecto y oportunista como Sánchez pueda justificarse ante los suyos. Es que los otros son peores, dicen. Desde luego esta derecha como estrategas políticas no tiene precio.

Sólo hay una forma de acabar con Sánchez: hacerte “amigo” de él. Zapatero lo hizo con Aznar, apoyando todas sus políticas antiterroristas aunque no le gustasen a Felipe González. Su imagen de hombre moderado, de Estado, de político responsable, fue la que prevaleció ante la ciudadanía cuando esta se dio cuenta que había sido engañada por su Gobierno en el atentado del 11-M.

Esa noche, la noche del engaño, con los votantes airados y con deseos de que prevaleciera la verdad, la ciudadanía decidió votar a Claudio detrás de las cortinas, temeroso y temblando, tartamudo y con apariencia de discapacitado, harta de un Calígula que los metió en una guerra donde no existían armas de destrucción masiva.

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