Nisa Guede Brito, responsable de Explotación de la red de alcantarillado y subestaciones de bombeo en Emalsa, resume el desafío diario: más de 900 kilómetros de tuberías que se mantienen con un plan preventivo».
Nisa Guede Brito, responsable de Explotación de la red de alcantarillado y subestaciones de bombeo en Emalsa, resume el desafío diario: más de 900 kilómetros de tuberías que se mantienen con un plan preventivo —de las redes como de los elementos— y un frente correctivo para atender incidencias de forma urgente según su gravedad: «Dividimos claramente el servicio en lo que es mantenimiento preventivo y correctivo», explica.
Una red mayoritariamente unitaria y el control de los alivios
Guede precisa que alrededor del 80% de la red es unitaria: pluviales y residuales comparten conducciones. En episodios de lluvia intensa se producen desbordamientos —alivios— hacia barrancos o mar. Para vigilarlos, Emalsa inició en 2020 la instalación de sensores: primero 56 en puntos de alivio; hoy son unos 300 desplegados en saneamiento. «Hemos crecido mucho en los últimos años», subraya.
El «monstruo» cotidiano: toallitas que atascan la ciudad
La responsable alerta sobre el impacto de las toallitas: «Todos los días se obtura una tubería… en horario de mañana, tarde y noche». En la jerga de campo, los operarios llaman «pulpos» a esas madejas que obstruyen colectores. «La toallita no es papel higiénico, está diseñada para absorber y arrastrar» y no se desintegra; un sencillo experimento doméstico lo prueba: el papel «se desintegra» en horas; la toallita «puedes mantenerla más de un mes y verla» intacta en un vaso.
Del COVID a los microplásticos: el problema se agrava
Los registros internos relacionan el auge del problema con la pandemia: el consumo de toallitas se incrementa un 48% «a raíz del COVID». Hoy existen toallitas «para todo» —suelo, cristales, desmaquillar, gafas— y muchas contienen fibras plásticas: «estamos todos bastante concienciados con los microplásticos, pueden permanecer hasta 100 años», advierte. Por eso insiste en lo básico: siempre al cubo, nunca al inodoro.
Educación y campañas: del aula al «Día Mundial del Retrete»
Guede reivindica la sensibilización como herramienta clave. Recuerda que el 19 de noviembre se conmemora el Día Mundial del Retrete (ONU) y que Emalsa ha difundido mensajes en los recibos con fotografías reales —incluidos «monstruos» de más de 150 kilos extraídos de la red— para que la ciudadanía visualice el problema. Guede coincide en la necesidad de «cambiar hábitos» y apoya medidas que reduzcan envases y productos de un solo uso.
Aceites y otros residuos: lo que nunca debe ir al desagüe
Las toallitas no son el único enemigo del saneamiento. El aceite vertido en fregaderos se convierte en grasa y «obstruye por completo los colectores», favoreciendo vertidos. La vía correcta es almacenarlo en un envase y llevarlo a un punto de recogida o, en su defecto, «tirarlo en la basura convencional, pero nunca en el agua». Lo mismo aplica a algodones u otros residuos: nada al inodoro.
Pendientes, «autolimpieza» y focos de riesgo
Preguntada por zonas más conflictivas, Guede evita etiquetas de «barrios sucios» y atribuye los problemas a la orografía y al diseño hidráulico. En la Ciudad Baja la falta de pendiente reduce la velocidad del flujo y aumenta la permanencia del agua residual, lo que complica la explotación. En cambio, donde hay buena pendiente actúa el efecto autolimpiante del colector. «Al final tiene mucho que ver con la orografía», resume.
Un servicio 24/7 para un reto constante
Detrás de cada obstrucción hay un operativo que funciona mañana, tarde y noche. La combinación de mantenimiento planificado, sensórica y respuesta rápida busca minimizar riesgos para la salud pública y el medio: «Todo eso llega a la red y hay que conducirlo hasta las estaciones depuradoras, donde esa agua debe ser tratada para reutilizarla o devolverla al medio», explica Guede, que llama a una corresponsabilidad ciudadana: «Es muy, muy importante tirarlas a la papelera y que no lleguen a las canalizaciones».