➤ «Gracias a la labor que hace el Ayuntamiento con los mayores, podemos vivir lo que nos queda tranquilamente» ➤ «La sociedad margina a las personas mayores y las hace invisibles» ➤ «Yo viví feliz con lo que había, pero ahora la juventud lo tiene todo y no es feliz»
El programa municipal “Nos Movemos” ha transformado profundamente la vida de Marisa Jiménez, una mujer de 76 años que vive sola en la zona de Playa Chica, en Las Palmas de Gran Canaria. Viuda desde hace más de tres décadas y sin hijos, Marisa representa a una generación de mujeres que crecieron bajo fuertes restricciones sociales, pero que hoy encuentran en iniciativas como esta una nueva forma de vivir con libertad, dignidad y alegría.
Una agenda repleta de actividades
Desde hace tres años y medio, Marisa participa en este programa de envejecimiento activo y saludable, promovido por el Ayuntamiento capitalino en sus cinco distritos. Cada semana asiste a clases de memoria, estiramientos, yoga, visitas culturales y sesiones de baile para personas mayores. Además, participa en el proyecto ECCA-EDUCA, una iniciativa de formación permanente en la que se ha integrado con entusiasmo.
«Salgo rejuvenecida», afirma, al describir cómo estas actividades, que se ofrecen gratuitamente y previa inscripción en los distritos municipales, han cambiado su rutina diaria. Cada jornada le brinda una nueva experiencia: aprendizaje, movimiento, contacto con otras personas y, sobre todo, el sentimiento de que su tiempo sigue teniendo valor. «Me tengo que levantar temprano porque tengo que ir a clase. Ahora tengo más ganas de vivir», asegura.
Más sociabilidad, más autonomía
El cambio en su vida social ha sido radical. Marisa no solo ha ganado en salud física y mental, sino también en relaciones afectivas. «Ahora lo que hago es que salgo más. No estoy en mi casa haciendo siempre lo mismo». Comparte actividades y meriendas con otras usuarias del programa y ya piensa en su próximo reto: subirse a un escenario para hacer teatro. «Voy a intentarlo. En septiembre me apunto», dice entusiasmada.
Este proceso de apertura y autoafirmación ha significado, para ella, una especie de revancha frente a la juventud que no pudo vivir. «Estoy haciendo lo que no me dejaron hacer cuando era joven. Solo nos dedicábamos a cuidar al esposo y a los hijos. Las mujeres no podíamos estudiar, no teníamos acceso a la universidad», recuerda. Hoy, en cambio, reivindica su derecho a disfrutar y a aprender a cualquier edad. «Afortunadamente ya votamos, ya tenemos acceso a la universidad, aunque sea a distancia, y tenemos el sitio que nos corresponde».
Una conciencia feminista
Marisa no duda en identificarse como feminista, no por oposición, sino por convicción. «¿No hay hombres machistas?, pues también tenemos que haber mujeres feministas», afirma, con claridad. Asegura que ha aprendido a hablar en público, a usar aplicaciones bancarias desde su móvil, y a mantenerse informada y activa en todos los ámbitos. «Antes, la mujer no podía salir, ni estudiar, ni decidir. Ahora, por fin, podemos hacerlo».
Una vejez digna
Para ella, uno de los aspectos más importantes del programa es que combate la soledad y la invisibilización de las personas mayores. «Gracias a la labor que hace el Ayuntamiento con los mayores, podemos vivir lo que nos queda de vida, sea mucho o poco, tranquilamente, porque estamos ocupadas y no pensamos en la vejez», dice. Y denuncia una realidad dolorosa: «Hay gente mayor que las llevan a la residencia y se creen que dejan un paquete en Correos».
Vive de alquiler en un apartamento estudio por el que paga 325 euros, un precio que considera un privilegio en una zona donde los precios superan los 800 euros. Explica que puede permitirse esa renta porque durante años cuidó a la madre de la propietaria, lo que le garantiza ahora una cierta estabilidad. «Llevo ahí 24 años y desde mi balcón veo la playa».
Tecnología, memoria y deseos pendientes
Aunque no tiene ordenador ni tablet, maneja bien su móvil y la aplicación del banco. Asegura que no se deja engañar fácilmente, aunque alguna vez le ha pasado. En cuanto a su memoria, dice que siempre ha sido buena, y que las clases la ayudan a recordar vivencias del pasado, como su vida durante la dictadura franquista. «Yo viví feliz con lo que había, porque no había otra cosa. Pero ahora veo que la juventud lo tiene todo y no es feliz», reflexiona.
Uno de sus sueños es escribir la historia de su vida, y ya ha empezado a hacerlo. Aunque descarta experiencias extremas como tirarse en paracaídas —«padezco de vértigo», dice—, asegura que tiene mucha vida por delante. «Espero que me entrevisten dentro de 30 años», bromea al despedirse.
En tiempos en que la soledad y el aislamiento afectan a muchas personas mayores, la historia de Marisa es un testimonio poderoso de cómo las políticas públicas pueden cambiar vidas. Con humor, inteligencia y determinación, ha conseguido reapropiarse de su tiempo y de su destino. Como ella misma concluye: «Estoy muy bien así. Salgo, hago actividades, voy al baile… y nadie me dice nada».