Una segunda vida para los residuos y una oportunidad para las personas

Tharais Armas y Laura Fábregas en el set de El Espejo Canario en el Islote de Fermina

Tharais Armas y Laura Fábregas en el set de El Espejo Canario en el Islote de Fermina

Tharais Armas, coordinadora del proyecto “CACT, residuos y reinserción”, y de la asociación Derecho y Justicia, y Laura Fábregas, colaboradora y parte del equipo, nos hablan de esta iniciativa.

Los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote (CACT) están impulsando, junto a la Asociación Derecho y Justicia y varias entidades privadas, un taller dentro del centro penitenciario de Tahíche que convierte residuos en material útil para la propia red de centros y, al mismo tiempo, ofrece formación, dignidad y oportunidades de reinserción a las personas internas. «Es un proyecto circular, porque los residuos se recuperan y las personas también», dice su coordinadora, Tharais Armas. A su lado, la colaboradora Laura Fábregas subraya que no se trata solo de reciclar: «No solo se transforman materiales, se transforman vidas».

Un origen en la economía circular

Armas explica que la iniciativa nace en el área de sostenibilidad del Grupo Chacón, que buscaba una solución para los residuos que genera y quiso que esa solución tuviera impacto social. «Ellos entienden que, además de darle una segunda vida a esos residuos, había que buscar un colectivo desfavorecido y ahí entramos nosotros», afirma. La asociación, con más de 20 años trabajando con población penitenciaria, propuso instalar el taller dentro de la prisión de Tahíche y los CACT «abrieron las puertas en el minuto cero». Para cerrar el círculo se sumó la asociación Papacría, especializada en sostenibilidad, que diseñó y puso en marcha el taller. «Es un proyecto muy interesante y muy complicado, pero nos dijeron que sí desde el principio», resume.

Taller dentro de prisión y formación real

El taller funciona con internos que se apuntan de forma voluntaria, en coordinación con la dirección del centro penitenciario. Se trabaja en dos vías: producción con residuos reales de los CACT —carpetas, archivadores, material de oficina y de embalaje— y formación teórica en sostenibilidad, economía circular y creatividad. «La idea es que ellos mismos diseñen los modelos que luego se van a vender en los centros», dice Armas. Reconoce que hay que motivarles porque «de entrada, nada para ellos es fácil», pero sostiene que cuando ven que su trabajo sirve, se implican. Por ahora han pasado «más de cien internos» por la primera fase, pese a la rotación que provoca que muchos salgan en libertad y haya que volver a formarlos.

Productos con comprador seguro

Uno de los puntos fuertes del proyecto es que tiene salida comercial asegurada. «Es el mejor comprador», dice Armas sobre los CACT, que adquieren el material que se fabrica dentro para su propia administración. Eso da estabilidad al taller y garantiza que lo que producen las personas internas «no se queda en un cajón». La segunda fase, que ya han empezado, busca abrirse a otras empresas de la isla para que también aporten residuos y compren producto reciclado. Fábregas insiste en esa línea: «El tejido privado tiene que tener un papel fundamental para que se puedan llevar a cabo este tipo de proyectos». Así se logra el objetivo doble: menos residuos y más oportunidades.

De la segunda oportunidad al incentivo penitenciario

El siguiente paso es que el trabajo tenga una repercusión directa para las personas internas. «Estamos buscando la fórmula para que haya una gratificación económica y también beneficios dentro del centro», explica Armas. Es la propia prisión la que estudia que la participación pueda computar en permisos o días de salida. 

Fábregas lo plantea en términos de dignidad: «No se trata solo de transformar residuos, se trata de que cuando salgan tengan autoestima, pertenencia y una razón para no reincidir». Por eso destacan el valor simbólico de que una persona que ha estado en prisión vea luego, fuera, un producto hecho con sus manos en un espacio turístico de Lanzarote: «Es visibilidad y es reconocimiento».

Combatir la segunda condena social

Las responsables del proyecto insisten en que la población penitenciaria sufre «una doble condena»: la de la justicia y la de la mirada social. «La gente que está adentro necesita cariño y protección; la que está afuera cree que lo necesita», dice Armas de forma literal. Por eso reivindica que se hable de estas experiencias y que se vea que, cuando hay formación y apoyo, muchos internos rehacen su vida fuera sin volver a delinquir. Fábregas lo resume como un trabajo «de divulgación, concienciación, empatía y humanidad» que solo es posible porque en esta ocasión han ido «de la mano» de una empresa privada, una entidad pública potente y una asociación especializada en residuos: «Así se ve con más luz, porque no te sientes sola».

Con este proyecto «CACT, residuos y reinserción», Lanzarote convierte una necesidad ambiental en una herramienta social dentro de la cárcel de Tahíche y demuestra, según sus responsables, que la sostenibilidad también pasa por las personas: «Son dobles oportunidades: para el residuo y para quien lo transforma», concluye Armas.