«Un chalé en las afueras»

Francisco J. Chavanel

La casa tiene 2.000 metros cuadrados en total. No es la de Lorenzo Olarte en Santa Brígida, con sus palomares, su extensísimo jardín, y su mansión tipo “amo del universo” pero se le parece un poco. Ha costado 600.000 euros, con una hipoteca de 1.600 euros al mes a pagar en 30 años, y es la “choza” de la pareja líder de Podemos, Pablo Iglesias e Irene Montero.

Damos por supuesto que cada padre y madre cuando van a tener a sus hijos -y en este caso son dos- buscan lo mejor para su educación. Lo que buscan es un buen barrio, unos buenos vecinos, un paisaje tranquilo y bucólico, todo lo indispensable para que sus chicos puedan competir con los demás de igual a igual, incluso en un rango superior como es el caso. Lo dicen ellos mismos en su Facebook: “Queremos que nuestros hijos tengan una infancia normal”.

Esta frase da qué pensar. Una “infancia normal” a desarrollar en un chalé de 2.000 metros cuadrados, a 40 kilómetros de la capital, al margen de barullos, ruidos, y de gente normal. Porque es obvio que la gente normal no puede permitirse mansiones de este calibre. La gente normal habita en edificios de varias plantas, donde convive con otras personas y con otros vecinos, a los que ve todos los días y, por lo general, saluda, se roza con ellos, habla con ellos, siente sus miradas, oye sus murmullos, huele su sudor, coincide en las tiendas contiguas, intercambia palabras, frases, conoce sus problemas, sus preocupaciones con los médicos, con sus vástagos, con otros habitantes de la zona, sus líos, sus deseos, sus pretensiones, sus gustos literarios o cinematográficos, si se sienten bien o mal, si te vota, o si no…, gente normal que te habla como la gente normal.

Lo que no es normal para gente que dice representar a la gente normal, que asegura representar el discurso igualitario y solidario del 15-M, a la gente desfavorecida, como muy dispuesta a amputarse una mano por personas con hipotecas ladronas que te condicionan la vida, o sin luz, o sin agua, o sin lo mínimo para llegar a fin de mes, por gente que su existencia es un lamento porque tu marido o tu mujer te odian, o porque tu hijo en vez de estudiar está todo el día colocado de anfetaminas o de heroína, cuyos mensajes suenan a revolución, a sufrimiento por la clase obrera y desfavorecida, que se enfadan y molestan ante la injusticia social hasta saltársele los ojos de las órbitas, que encabezan manifestaciones exigiendo una sociedad equilibrada y con  las mismas oportunidades para todos, los que encienden y estimulan las plataformas antidesahucios, los que rompen su camisa cuando saben que los que viven bajo un puente son cada día más y más…, lo que no es normal es un chalé de 600.000 euros para que sus hijos tengan “una infancia normal”.

Si ese es el ejemplo no hay hijo en España que tenga una infancia normal. O sí: la infancia normal es para los hijos del Ibex-35, para los altos ejecutivos, para empresarios insignes, para los ricos, para políticos corruptos, para una clase burguesa y adinerada. Y esos no son votantes de Podemos.

Imagino que tanto Pablo Iglesias e Irene Montero lo sabían antes de dar el paso. Tal vez hayan cavilado que les queda poco en Política o, justamente, hayan llegado a la conclusión contraria. Entre los dos ganan unos 12.000 euros libres de impuestos por ser parlamentarios y otras cosas. Eso no está al alcance de la “gente normal”. Ganan al año unos 200.000 euros, de los que unos 60.000 se los lleva Hacienda. Se supone que al final cobran únicamente 1.800 euros cada uno, siguiendo la impronta de Podemos de que cada cargo público cobre tres sueldos base. Pero no podemos garantizarlo. Conocimos en su momento el caso de Victoria Rosell, a la que se le concedió la gracia de cobrar bastante por encima de los 1.800 euros en el caso de ser diputada. La argumentación era la siguiente: ya que era jueza y cobraba unos 4.000 euros libres de impuestos al mes tampoco se trataba de hacerle una faena.

Es evidente que tanto Iglesias y Montero proceden del mundo universitario, eran profesores y lo ganaban bien, por lo que es posible que la cláusula Rosell también la tengan ellos. También es obvio que ningún banco, aunque se llame Banco de Ingenieros, y sus jefes sean de ideología afín, te da un hipoteca de 1.600 euros al mes si tú cobras 1.800 euros al mes. Porque, como todos sabemos, no es solo la casa: es la casa y son sus cuidados, y es la zona, y es el colegio de tus hijos figuras, y es todo lo que lleva consigo mudarte a un barrio exclusivo en las afueras de Madrid. De modo que las cuentas deben ser algo parecido a lo que aquí les contamos.

Ni mis convicciones ni mis pensamientos sobre la vida de nadie me permitirían realizar la menor crítica sobre algo así si los protagonistas de esta película no se hubieran enfundado en el chándal de los sin techo, protegiendo la naturaleza de los que nada tienen, transfigurándose en seres dolientes y desvalidos, reclamando la revolución de los desposeídos, criticando ácidamente a aquellos que con sus posesiones demuestran su poder o sus ansias por tenerlo. Caso De Guindos y su ático de 600.000 euros, por ejemplo.

¿Cuántas veces hemos escuchado en los líderes de Podemos que aquellos que “poseen” lo hacen a través del hurto, o a través de transferir dinero público a lo privado por interés personal? ¿Cuántas veces hemos escuchado a Iglesias zaherir al Ibex 35, o la casta que lo tiene todo porque abusa del sacrificio de la clase obrera?

Esa supercasa en las afueras es un símbolo. No es necesario llamar especulación a lo que no lo es. Ya lo que faltaba era que la compraran ahora por ese precio para venderla dentro de unos años por el doble. No les veía yo como unos agentes inmobiliarios inclinados al pelotazo. Pero significa lo que significa. Entrar en el Parlamento es un negocio: apenas tienes gastos y casi todo lo que ganas te lo guardas en una cuenta corriente. Entrar en cualquier parlamento del país es un bisnes. Un privilegio. Cuando entras y lo pruebas ya no quieres salir. Has descubierto el elixir de la vida. Tienes poder, influencias, amigos que te ayudan, favores, canonjías y succiones varias, y tienes acceso al dinero como nunca en tu vida. Y eso es ludopatía caminante, vicio y ruptura de valores y, desde luego, lo que nunca harás es volver atrás porque entonces te considerarías -y te considerarían- un verdadero tonto.

Eres casta. Casta de la buena. Auténtica. Casta feliz a la que le importa un pimiento la opinión de los demás, incluyendo la de tus votantes. Que, además, no podrán quitarte de en medio, pues lo controlas todo o casi todo, redes sociales, pensamientos, tendencias, argucias y conspiraciones. Y, además, el sistema “castista” te protege a través de listas cerradas y aforamientos.

Pablo e Irene ya han llegado a la meta y han comprendido lo que es el mundo cierto y sin rugosidades. Tienen un chalé aristocrático en las afueras y tienen, sobre todo, una vida normal para sus hijos que de esta forma tendrán una infancia normal. Hay una extraordinaria contradicción entre lo que dicen y lo que hacen, pero eso también es, desgraciadamente, lo normal. Se llama corrupción moral.