«Torquemadita»

Francisco J. Chavanel

Son días malos para Augusto Hidalgo, los peores de la legislatura. José María García Quer, un viejo lugarteniente de Chano Franquis, fue muy sincero ante nosotros. “Es que tenía que haber ido por el partido, a escucharnos y a recibir órdenes”.

Esa es la cuestión. Visitar al partido. Despachar con los propietarios de los lobbys y seguir sus instrucciones. Y no hay más. Es todo bien sencillo… Eso de tener una autonomía propia, unas ideas socialistas que proyectar ante el electorado que te dio su confianza, de eso nada. Los que piensan son otros, nosotros. Usted, don Augusto, ponga la cara, ríase a menudo, compadree con todos, pero no vaya a suponer que es dueño de otra cosa que no sea su interinidad.

Está sufriendo Hidalgo porque los mandos principales de su partido le dicen a la cara que es un extraño en su propio partido, una especie de Juan sin Tierra clandestino, exiliado en su despacho.

Lo peor es que esto ya se nota demasiado. Lo notan los electores y se advierte el desmayo de algunos votantes socialistas que no acaban de creerse la situación. Pero el pasado martes, en una de esas reuniones masónicas que montan los chanistas, tocaba debatir sobre el gas, sobre su entrada en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, una vez que Hidalgo había manifestado su voluntad de acatar la orden del Gobierno autónomo acerca de su penetración y no presentar obstáculos que se interpretaran como una prevaricación.

Esta idea no acaba de penetrar en el cerebro del alguacil Miguel Ángel Pérez del Pino, el ser captado por Franquis para que humille a Hidalgo cada vez que pueda. El papel de torquemadita le gusta a Pérez del Pino, al que no conocía nadie en el Psoe hace unos días, y que ahora pasa por un tipo pretencioso, prepotente y desagradable. Lo que más le pone es la celada y la encerrona. El martes le hizo una a Hidalgo. Varios miembros de la logia convenientemente apostados arremetieron contra el alcalde con malos modos y peores argumentos. La verdad es que yo no sé qué discutían. Parecen que habitan otros planetas: desde la pasada semana hay un auto de la Sala de lo Contencioso que prácticamente paraliza el concurso. Si no hay concurso, no hay zanjas, no hay Redexis, no hay gas. Discuten por nada. O mejor: discuten para dejar bien claro en la plaza pública que al alcalde le amargan la existencia ellos.

Por supuesto que sí. En maldita hora se enfrentó a la supremacía superblanca del partido. Ganaron por siete votos y hubiesen ganado por 70 si hiciera falta. Las suspicacias les importan un pimiento. Si mayoritariamente piensan que hicieron trampas mayoritariamente se callarán, encogerán los hombros, asistirán al martirio de Hidalgo, irán a su entierro, y le rezarán las oraciones de costumbre mientras “Sarcófago” Pérez del Pino cubre el cadáver de flores, césped y su babosa arrogancia.

En este momento se vive el olvido de Hidalgo. Empiezan a olvidarlo, a entregarlo a las sombras, a ningunearlo, a dejarlo con un breve latido y un suspiro pequeñito para que pida agua por señas o, bien, para cambiarlo por otro si no se aviene a colaborar.

Y no parece. El alcalde languidece pero no pacta. Hay unas cuantas miradas dirigiéndose a Madrid preguntándose por qué tardan tanto tiempo para actuar. Tienen los datos, los documentos, los testigos, y pruebas destacables sobre lo que pasó. Sin embargo, nadie acude al rescate de la legalidad.

El alcalde, mientras, en el potro de la tortura. Ayer fue el gas, mañana será la Metroguagua. Le irán despojando de todo hasta quitarle el nombre, borrarlo de los libros y de los mapas, descoyuntar su cuerpo y esparcirlo por los cuatro puntos cardinales para que nadie pueda encenderle siquiera una vela.