Maixabel y el poder del perdón

Fotograma de 'Maixabel', de Icíar Bollaín

Fotograma de 'Maixabel', de Icíar Bollaín

Francisco J. Chavanel

Maixabel Lasa es la presidenta de los afectados por la violencia terrorista en el País Vasco. Ocupó la representación pocos años después del asesinato de su marido, Juan María Jáuregui, ex gobernador civil de Vizcaya. Una película, dirigida por Icíar Bollaín, nos la presenta como una mujer que transita sobre el odio y la venganza, sobre el dolor y la pérdida, sobre la muerte y la vida, como si el perdón lo resolviera todo, incluso cuando te quitan lo que más quieres.

Maixabel recibió once años después del asesinato la noticia de que uno de los tres asesinos quería hablar con ella dentro de lo que se denominó en la época “justicia restaurativa”. Ese encuentro, celebrado en la prisión de Nanclares de Oca, está dominado por el profundo viaje que han hecho verdugo y víctima. El verdugo se muestra avergonzado, ya ha abandonado la organización etarra, sabe que su “lucha” ha sido en vano, huele que le han engañado, y que le han quitado la existencia por un combate tramposo donde nunca hubo la menor posibilidad de ganarlo.

Personalmente siente a su manera el daño causado. Le cuesta articular palabras y se encalla permanentemente en dos: “estoy arrepentido”. Le cuesta explicar el fin del asesinato, el objetivo del crimen, por qué se echa a suertes entre los tres comandos quién pega el tiro en la nuca. Sencillamente no encuentra ninguna explicación coherente.

Ella le pregunta por todo. Por sus convicciones, por lo que resta de ellas, si conocía a su marido y resulta que no, que no sabían a quien mataban, sobre el funcionamiento poco inteligente de ETA, por la ideología, por los sueños, por el sectarismo, por todo lo que aniquila y convierte el mundo en algo brumoso y oscuro.

Luego hay un salto. Otro de los asesinos también quiere hablar con ella. Esta vez el encuentro se realiza en casa de una abogada mediadora. Él lleva un infierno interior a cuestas y ella lo entiende. Eso es lo sorprendente. Ve humanidad dentro del asesino. Ve algo en esa cueva oscura que los demás no ven. Le da una segunda oportunidad, le da la mano incluso para llevarlo a uno de los aniversarios del asesinato de su marido. Toda la película es una carretera para llegar a ese final insólito. Uno de los etarras que acabó con la vida de Jáuregui está allí, en el monte donde se encuentra el monolito que lo recuerda, rodeado de sus familiares y de sus amigos, rodeado de miradas acusatorias, perplejas, incapaces de entender qué hace entre ellos el que les ha causado tanta desgracia.

Maixabel les dice que lo hagan por ella, que ella se ha atrevido a traerlo porque sabe que sus amigos la quieren mucho y se lo van a permitir. Pero el silencio no engaña. El silencio es espeso y demasiado mudo. Hay un drama ardiendo en cada uno de sus corazones. Maixabel les está pidiendo una comprensión del alma humana que va más allá de lo que es humano.

La justicia restaurativa duró poco. Apenas un año. Cuando llegó Rajoy en 2011 la eliminó. Le parecía que si los presos querían pedir perdón a las víctimas lo que tenían que hacer era dar nombres a la Justicia. Seguramente si hubiera continuado los logros habrían sido inmensos. Nadie sabe valorar la paz como aquellos que no la han tenido.

A mí, después de ver la película, me queda claro que lo de Maixabel con su capacidad oceánica de perdón para los que no perdonaron a su marido; el perdón para los que precisan un perdón urgente para no sentirse animales, es un don muy especial de personas muy especiales. No es algo general ni incluyente. No todo el mundo puede hacer eso. Si nos miramos por dentro sentimos el latido de la repugnancia. ¿Comerías una vez por semana con el autor del asesinato de tu marido? ¿Viajarías con él en el mismo coche, los dos juntos? ¿Hablarías con él, lo escucharías, procuraría entender lo que te dijera, le acompañarías en su difícil tránsito hasta sentirse al fin alguien como tú? La película se llama “Maixabel” en nombre de una mujer con una talla única: Maixabel Lasa, cuyo comportamiento no obedece regla alguna más que la de su conciencia como ser humano que conecta con las mejores cualidades de su raza como si fuera una maga capaz de trocar lo innoble en oro.

Es un imposible y un milagro, y por eso esta historia es bella.


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