Los lobos

Los lobos | EEC

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Francisco J. Chavanel

Francisco J.CHAVANEL

Llegará el día en que Pedro Sánchez llorará lágrimas de sangre por enfrentarse a la casta de los jueces. Es un error enorme, el más grande de su biografía política, comparado a los tremendos excesos de Pablo Iglesias, de Casado, y de Rivera, cuatro ilustres miembros de una generación fracasada, que lo llegaron a tener todo en sus manos, que pudieron darle un giro copernicano al país, y que, sin embargo, se hundieron por su endiosamiento, su falta de empatía con los ciudadanos, su enorme falta de conocimiento de cómo funciona internamente un partido, o de cómo funciona la sociedad.

En este país el poder de los jueces existe. No existe ni el cuarto poder, el periodístico, al que el sanchismo terminó de derrotar después de muchos años de pérdidas y de lectores que se iban a lo gratuito; ni el segundo, el legislativo, absolutamente controlado por el ejecutivo; y, si me apuran, ahora mismo, en la actual situación, ni siquiera existe el ejecutivo. Tenemos un gobierno, sí, pero es obvio, que no actúa como tal. Sus socios lo tienen amarrado, y sus socios piensan de forma distinta entre sí. La ausencia de Ejecutivo volvió ayer a ser palpable en el Congreso de los Diputados: la ley que iba a rebajar el horario laboral encalló porque Junts así lo dispuso. Ya son más de 100 las votaciones perdidas por Sánchez en esta legislatura. Récord absoluto…

Hay gente que se equivoca y dice: detrás de los jueces está el PP. Me temo que no es así. Detrás de los jueces sólo están ellos mismos y el PP lo que hace es aprovecharse de la situación, seguro como ya está de que Sánchez es duro de pelar, carece de dignidad y de vergüenza, exactamente igual que ellos, y que no se irá ni que le echen agua hirviendo.

La estrategia de los jueces se centra en el Supremo, el más alto tribunal nacional, diga lo que diga el Tribunal Constitucional. Y se centra desde el mismo día en que Sánchez, con una ignorancia infinita, le dio por abrir la Constitución para salvar de la cárcel a un delincuente, precisamente condenado por el Supremo, por haber liderado un motín contra España organizando un referéndum separatista, con dinero público y con el uso de toda la violencia posible. Le hubiera ido mucho mejor convocando de nuevo elecciones pero prefirió el delirio, la locura, el yoismo, lo imposible, convertirse en cacique exactamente igual que Boris Johnson en el Reino Unido en su afán de sacar a su país de la Unión Europa.

Y cuando alguien, por muy presidente electo de un país que sea, le echa un pulso al poder judicial, lo pierde con seguridad. Lo intentó Garzón y lo echaron de la carrera; lo intentó Felipe González contra los llamados “fiscales indomables” y no fue a la cárcel de casualidad… Es la cárcel precisamente el objetivo de los jueces con Sánchez. Que no se equivoque el presidente: detrás de los casos de corrupción de Koldo, Abalos, y Cerdán, está la idea de que alguien cante sobre una supuesta financiación irregular del PSOE. Si se llega ahí Sánchez se sentará en el banquillo…

Y lo de su señora esposa, lo de su hermano, y lo del fiscal general del Estado es sólo un ensayo de su muerte política. Para que vaya sintiendo el dolor y para que empiece a sufrir como un toro en el centro de la plaza desangrándose. Y, no, no es una cuestión de si son inocentes o culpables. La suerte ya está echada. Son culpables porque es el entorno del presidente que se cargó una sentencia promulgada por el Supremo. O eso se pacta o aquí hay alguien muere.

Algunos dirán que esto sucede porque la mayoría de los jueces españoles son conservadores. Sucede por eso y porque son jueces. Es el corporativismo absoluto. Nadie tiene más poder que ellos. Puedes hablar, razonar e incluso convencer. Pero si vas por las malas, sometiéndolos, diciéndoles que el poder político manda sobre todos los demás poderes, te estás engañando, no tienes ni la más remota idea, vas camino del cadalso.

El PP ya habla de lo mismo que yo digo. Menciona últimamente mucho la palabra “cárcel” para Pedro Sánchez. ¿Lo sabe? Por supuesto. Se lo han dicho los jueces en llamas. El día en que el fiscal general del Estado salga condenado de su juicio, y saldrá condenado si Sánchez insiste en enfrentarse a las sombras, ese día se están abriendo en algún lugar de España las puertas de una cárcel para el actual presidente del país. Los jueces le preparan un final aleccionador: muerte por crucifixión.

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