«Los escuadrones de la muerte»

Francisco J. Chavanel

Dos nuevos casos de corrupción sin corruptos

Esta es una historia familiar, algo reconocible para los habitantes habituales de mi universo, pero no por ello alejado de la perplejidad y del asombro.

Esta semana hemos tenido noticias de la caída de dos nuevos casos de corrupción, asuntos que merecieron las portadas de los periódicos de papel y digitales, sesudos artículos de opinión todos ellos condenando la mancha de la corrupción sobre la sociedad canaria. Todos estaban de acuerdo: había que aplaudir a la Justicia por su actuación rápida y celérica en favor de limpiar de suciedad el alma de los ciudadanos, condenar sin paliativos a los detenidos, a los imputados, a los cuales se les mostraba el camino de la cárcel antes del juicio.

Pues bien: investigadores judiciales, jueces y fiscales, abogados de la acusación particular, o defensores de la pureza absoluta, medios de comunicación varios que logran sus informaciones gracias a la intoxicación que efectúan los propios interesados en divulgar sentencias por adelantado, felicidades a todos: son todos una panda de batatas, entendiendo por batatas que aquello que publicaron era falso o, al menos, no ha podido demostrarse como cierto.

Es duro manifestarlo así. Lo que se publicó es falso, no pertenece a ninguna verdad, no forma parte de un auténtico Estado de Derecho. Mintieron los intoxicadores, cualesquiera que estos fuesen…, jueces, fiscales, policías, mintieron los intermediarios, los periódicos y los periodistas que se dejaron arrastrar por profesionales que se creen en posesión de la única verdad verdadera, cuando en realidad son arteros manipuladores de lo cierto.

Como no vamos a leer nada parecido a un perdón, unas disculpas, un recordatorio siquiera de lo que ocurrió, nuestra labor es, como mínimo, exponer los hechos.

Los dos casos que han caído ante el fracaso de investigaciones que no llegaron a ningún lado son el de las Viviendas de Protección Oficial, radicado en Tenerife a principios de este siglo, y el denominado “Lifeblood”, concurso de hemodiálisis para los hospitales Doctor Negrín y de Lanzarote, surgido en 2010 gracias a la mente febril del dúo Victoria Rosell-Carlos Sosa. En el primero se habló de fraude a la administración pública, de funcionarios compinchados con empresarios, con empresarios que compraban voluntades políticas, de una red corrupta que ofrecía viviendas de protección oficial a precios adecuados para luego cobrar las correspondientes comisiones. No tenemos duda de que algo parecido haya sucedido pero el parecer, la suposición, no es suficiente en un Estado de Derecho. Suponer no es una prueba. Estar seguro de algo no es una prueba. Si acusas tienes que tener pruebas.

Y ocurrió lo siguiente: no se consiguieron las pruebas. Había evidencias pero no pruebas. La investigación encalló y fracasó. Y como todas las investigaciones que naufragan se fueron dilatando en el tiempo para echarle la culpa a ese tan temido eufemismo llamado “dilaciones indebidas”, esto es: una tardanza sin igual que el código penal recoge como eximente a favor del reo, eximente, debemos recordar, que no se aplica en todos los casos por igual sino solamente en algunos privilegiados. Ejemplo: en el caso Icfem o en el caso Carmelo Padrón, quince años a la espera de juicio; el tribunal ni siquiera pidió perdón ante la perfecta inocencia de los acusados pese a fastidiarles la vida a la mayoría de los imputados. Cuando digo fastidiarles la vida lo digo de manera literal: uno de los encartados, Aurelio Ayala, falleció de un infarto mientras lo consumía el tiempo y el descrédito. Carmelo Padrón murió hace unos meses de un cáncer cerebral…, a saber el daño que le hizo esa increíble investigación que se disipó en la nada.

La Justicia resolvió su dislate de la siguiente manera: de los 20 encartados a 5 los declaró inocentes a última hora, después de 13 años de angustia. Y con los otros 15 transó una condena, cara a cubrir el expediente, a cambio de que ninguno fuera a la cárcel. Como es normal personas que han perdido su posición social, ante sus amigos, la sociedad, los bancos, y ante sí mismo, firmaron lo que fuese para terminar con su suplicio.

Para ellos ni una frase amable. Únicamente el olvido.
 

Cómo se utiliza vilmente al periodismo en nombre de una verdad que no existe

El segundo caso es “Lifeblood”. La imaginación sin límites de dos audaces maquinadores de historias, primero al servicio de lobbys socialistas, y ahora de Podemos, inventaron un proceso para cargarse a Soria cuando Soria, José Manuel, no tenía ni idea de lo que había pasado con ese concurso de hemodiálisis. No defenderé aquí la limpieza de determinados concursos, pero digo lo mismo: si no tengo pruebas mi acusación es inservible. En este caso concreto ni la Fiscalía, ni la jueza Rosell, ni su convulsa pareja, ni los periódicos ni otros periodistas que acogieron la tesis como buena, pudieron demostrar el delito. Lo que sí lograron fue echar al licitador del concurso antes de que este se concediera. Y lograron además una sentencia de lo contencioso expulsándolo del paraíso.

Todo lo que hicieron fue engañoso. Y, en algunos casos, ilegal. El Supremo le dio la razón a Lifeblood: podía acudir perfectamente a aquel concurso e incluso ganarlo y ahora, nosotros, los ciudadanos, el Gobierno de Canarias, tendremos que pagarle a sus propietarios la bonita cantidad de 35 millones de euros… Dijeron que nos defendían de los maleantes, que gracias a ellos podíamos estar tranquilos, dijeron que su verdad era la auténtica verdad, y que esa verdad resplandecería como el oro… Nos engañaron. Era una batalla partidista, e incluso personal, sectaria e impropia de una democracia avanzada, un ajuste de cuentas, como tantos otros.

Dos fracasos, dos graves meteduras de gamba de la Justicia y de aquellos que aseguran combatir la corrupción cuando probablemente no haya nada más corrupto que ellos mismos.

Es un suma y sigue. Estos desastres contra el estado de derecho hay que sumarlo a la pésima instrucción del caso Unión, del caso Faycan -donde el fiscal ha tenido que pactar con todos los abogados condenas sin cárcel ante la posibilidad de que se le escapara de todo el caso-, del caso Eólico -en estos días pactándose por el mismo fiscal con la misma metodología: no habrá cárcel para los “temibles delincuentes”- y el caso Góndola, donde la mayoría de las pruebas incriminatorias han desaparecido misteriosamente.

El origen de todos estos casos es igual: proceden de la política y de la manera mafiosa de entenderla en Canarias. Si no le ganas unas elecciones a tus enemigos en las urnas, hay que intentarlo mediante otras armas, como la persecución mediática y jueces y fiscales amigos. A mí, particularmente, lo que más me duele es la “inocencia” de la profesión periodística, esa inocencia que raya en el sacerdocio en la que nunca se mira hacia atrás. Puedes estar toda la vida luchando contra la corrupción, haciéndote eco de lo que te cuentan fuentes mentirosas, y no asumir que eres un pobre desgraciado al que te utilizan vilmente para objetivos mezquinos, indignos para un profesional. Y lo peor es que te miras al espejo y dices: yo lucho contra la corrupción… Di la verdad, compañero: eres el estropajo que limpia los cacharros más sucios del almuerzo. Nuestra profesión no tiene dignidad, carece de credibilidad en muchos casos, por comportamientos de este tipo.

Mírate de nuevo al espejo y habla sinceramente con tu vocación. Llámala y comprobarás que seguramente hace tiempo huyó de tu alma confusa, estúpida, débil.