«La exhibición de talento de Piedra Pómez»

Francisco J. Chavanel

400.000 personas vieron las campanadas de la ‘Canarias paleta’

Los fines de año son pródigos en pésimos programas de televisión, casi todos ellos presididos por el mal gusto, el morbo, las bajas pasiones y el uso indiscriminatorio de lenguajes escatológicos. De todos los presenciados en cualquier cadena nacional ninguno llega al nivel del mostrado por la televisión autonómica canaria. Ni siquiera se le acercan. No hay nada parecido en el espectro patrio. Nada que desprenda tanta caspa, tanta vergüenza ajena y tantos despropósitos varios. Eso sí: la desnuda exhibición de paletismo tiene su premio; nada menos que un 58% de audiencia, aproximadamente unos 400.000 espectadores que decidieron partir el año mientras eran rociados con una serie de “bromas” sobre la capacidad isleña de ridiculizar al prójimo en base a sus taras físicas o la zona rural donde habite.

Si 400.000 personas así lo quieren, si la mayoría es abrumadora, si TVE sólo tuvo a 90.000 unidades siguiéndola, es que hay que bendecir lo deshonroso como venerable, trocar lo miserable en abrazable, incluso en imitable. Lo que cuenta es el éxito, aunque hablemos de un medio público que, precisamente, se arrastraba por los suelos del share y que, de repente, levanta la cerviz gracias a esta colosal ostentación de estupidización.

Bien, da igual. Supongo que no soy un espectador ni objetivo ni objetivable, supongo que no existo televisivamente, supongo que no soy nadie en esto de las audiencias. Mi opinión no cuenta. Las moscas saben exactamente la comida que quieren… Y aún así, ¿quién soy yo para criticar la miel que desean las moscas, siendo mayoría, silenciosa o no, mayoría extraordinaria y abrumadora que extienden su gigantesco paladar sobre pobres enanos que reclaman cultura e inteligencia cuando está comprobado que se puede vivir perfectamente siendo un ignorante y un botarate?

Pero, de vez en cuando, también las personas inferiores como yo nos topamos con una especie de santo grial de forma inesperada y milagrosa. Me ocurrió el pasado lunes en la misma televisión autonómica que antes mancillé con mi verbo exagerado e inapropiado. Casi no lo podía creer: ¿cómo podían coexistir al mismo tiempo y, en paralelo, lo burdo más chocante, y la chispa y la agudeza que rompe los corsés humanos y nos eleva a un universo poblado de seres inquietos, lúcidos y librepensantes?

De repente un programa de humor de verdad. De los que te hablan al cerebro, te obliga a relacionar datos, a tener retentiva, a estar muy atentos, porque algo prodigioso puede suceder en cualquier curva del lenguaje.

Era una de las dos actuaciones que el dúo Piedra Pómez realizó con motivo de su 30 aniversario y que, inopinadamente, fuera de la tradición, la TVA grabó y les dio luz tras muchos años de veto y censura procedente de la etapa de Willy García.

Para García el humor de Piedra Pómez era indetectable para el gran público. Era mejor bajar el radar hacia el suelo y el subsuelo donde viven, al parecer, una serie de monos que no paran de reírse de chistes que los envilecen. A ver si se enteran de una vez: ¡ese desquiciamiento cultural no puede fomentarlo una televisión pública; nada público puede ser un arma para el totorotismo!… A las personas hay que tratarlas como tales, incluso aunque nadie las haya tratado en su existencia como se merecen.

 Metáfora hilarante sobre un Archipiélago creado a golpe de ficción

Yo no sé el share que tuvo Piedra Pómez con su hilarante y descacharrante visión de Canarias durante una hora y media de derroche de talento puro. Seguramente un menos cincuenta: igual no había nadie al otro lado del televisor, igual sólo éramos mi hijo y yo, o unos cuantos cientos más. No lo sé, digo. Si llega al 5% será como alcanzar la felicidad.

Pero su show te devuelve la alegría, te conecta con Groucho, Gila y Les Luthiers, tus sentidos se focalizan tanto que no puedes pasar ni un solo segundo sin prestarles atención. A las palabras que utilizan, a los requiebros de cada una de sus citas, a sus abundantes significados, al dardo que se dirige con toda intención a desmoronar los muros de lo lógico.

Porque en su mundo lo lógico es ilógico. La coherencia es un extraño parásito que busca patria, y nuestra patria, Canarias, está llena de funcionarios que la patrimonializan creando empresas públicas a diestro y siniestro con los nombres más disparatados (Seseca: Servicio Secreto Canario; Surcido: Servicio de Urgencias de Cirugía Domiciliaria, Setetoca: Servicio Tecnólogica Totalmente Canario)…

En esta “patria” nuestra -imprescindible la descripción sobre “tierra discontinua” y “ultraperiferia”- hay un presidente de Gobierno dispuesto a declarar una lista de espera hereditaria, que pase de padres a hijos, si muere cualquiera de los progenitores, con lo que dejan bien claro que su solución al problema es que no hay solución. Piedra Pómez, además avisa de una hipoteca también hereditaria, donde los clientes podrán pedir un crédito por 500 años o más, solazándose con el paso del tiempo –a los 200 años o así- del orgullo que supone llevar un apellido que tenga contraída una deuda bancaria desde tiempos inmemoriales. La publicidad te avisa de que ya están a la venta “La Tirijala” (chalecos antibalas para pastores), el “Supoflash” (primer supositorio efervescente), la Tarjeta Ruina Oro, y de que el Gobierno canario va a crear la compañía Líneas Aéreas Drones Canarios (apócope: “Ladrones”) que no tendrá rival.

La fértil imaginación de Paco Santana y Gregorio Figueras no descansa. Cuando bucean en el pasado se acuerdan de cómo se inició Coalición Canaria. Fue como el mole mejicano. Le echaron todo lo que estaba por allí: plátano, chiles distintos y de todos los colores, almendras, etcétera. En el caso del partido nacionalista fue algo parecido: algo de Olarte, algo de Mauricio, algo de Hermoso, algo de Ican, algo de ATI, y así salió: ¡como una ensalada César!

Hay mucha metáfora sobre el nacionalismo canario, en los policías locales que ejercen su autoridad cantando poesías con una sola vocal; en el bonomulta, que te permite quitarte multas por mal aparcamiento si lo compras; en el uso del folklore para conseguir votos (Sary Mánchez fusiona la isa con la sardana y con el flamenco)… Al final es una bacanal maravillosa contra el uso del poder omnímodo, la prevalencia de los famosos “intereses generales” sobre los particulares, todo ello sin citarlo en ningún momento y sin que, aparentemente, haya intención de que caigas en la cuenta. Y, desde luego, queda claro que el veto de Willy García no fue por audiencia, sino por la falta de encaje del paulinato de crítica humorística sobre sus excesos.

De modo que mis sentimientos están encontrados. Deploro la zafiedad del show de las campanadas y les deseo a los componentes de esa vejación un infierno feliz en 2018 o, si lo prefieren, un verano infeliz, algo de desdicha controlada para que se piensen que todo, todo, absolutamente todo, no vale; y, por otra parte, me siento agradecido por haber asistido a un espectáculo que me reconcilia con lo que soy, o lo que pretendo ser, como ente humano. Si Santiago Negrín es el autor del regreso de Piedra Pómez merece un aplauso. Y si Piedra Pómez quisiera hacernos un homenaje de estas características cada vez que les apetezca nadie debería frenarlos, tendrían que tener un salvoconducto para que nos permitieran deslizarnos por los pasillos de nuestras calamidades, reconocerlas, y reírnos con ellas. Paco y Gregorio han llegado a un cielo muy alto. Son estrellas que debieran seguir brillando lo que deseen. En ese trato nosotros, los espectadores, incluso aquellos a los que la TVA trata como si fueran especímenes de dudosa habilidad mental, salimos ganando.